De niños y aún ya de grandes, muchos de nosotros llegamos a
pensar que una solución mágica en contra del miedo nocturno es meternos debajo
de la cobija o prender la luz de la habitación. Otros más “bíblicos” creen en recitar
con voz alta el inicio del Salmo 91 o invocar la sangre de Cristo
repetitivamente.
Sin duda, creemos que uno de estos métodos siempre será
efectivo para “ahuyentar” mágicamente aquello que nos hace temer en medio de la
noche. Pero con la finalidad de ser honestos, deberíamos de admitir que,
si en verdad un asesino o un “monstruo” demoniaco rondara nuestra cama, de nada
nos serviría ninguna de estas fórmulas. Esto me hace recordar el siguiente
versículo:
22 Estos preceptos, basados en
reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el
uso. 23 Tienen sin duda apariencia
de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo,
pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa. Colosenses 2 NVI
Pablo, viene hablando a los Colosenses del cuidado que deben
de tener de los religiosos que estaban encantados con la idea externa de
aparentar ser muy buenos cristianos, pero que al final del día caían
súbitamente ante cualquier tentación. Tal como la historia que mencioné al
principio, como la cobija milagrosa, ellos utilizaban medios que en sí mismos
no tenían poder para combatir sus hábitos pecaminosos.
A muchos de nosotros, lamentablemente se nos ha hecho fácil
tratar bien a nuestra pareja, hijos, hermanos o padres en el ambiente cristiano
que proporciona una reunión dominical. También, se nos hace fácil escuchar al
predicador de turno y junto con él despreciar el pecado y atar al mismísimo
Satanás. La religión a muchos nos ha provisto el camuflaje perfecto para
mitigar nuestras más bajas pasiones y en el diario vivir sin querer queriendo
invocar un dicho de mi tierra: “EL QUE PECA Y REZA EMPATA”.
Se acaba, el día,
suena el despertador y regresamos de nuevo al mismo círculo vicioso.
La Palabra de Dios nos enseña que la religión en sí misma no
es pecaminosa, cuando su práctica está llena de una devoción real por
Jesucristo, sin embargo, cuando la queremos utilizar para acallar nuestras consciencias
y no enfrentar honestamente nuestras debilidades puede ser un peligrosísimo
sedante que nos haga vivir un cristianismo mediocre, que sabe lo que es el
evangelio, pero que no ha experimentado su poder eficaz.
En mi opinión, uno de los propósitos de Dios en esta
cuarentena, está siendo, el desnudarnos de nuestras apariencias y enfrentarnos
en casa a quienes somos en realidad. Es allí donde luchamos con nuestra
impaciencia, nuestra ira, nuestra incredulidad; contra enemigos que pareciera
se han entronado en nuestro diario vivir, tales como la pornografía, el mal
carácter, el rencor o la falta de perdón.
No en vano dijo Jesús, que lo que contamina al hombre viene
de adentro del corazón y Santiago remató asegurando que nuestros conflictos son
directamente proporcionales a nuestra amistad permisiva con este mundo, lo que
nos constituye como enemigos de Dios.
Si bien es cierto, los cristianos somos salvos por la gracia
de Dios, sin embargo, ahí no termina nuestra historia en esta tierra, debemos
de ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor.
Por esa razón, en el siguiente capítulo de Colosenses (del dos sigue el tres), Pablo
anima a lo cristianos a HACER MORIR o dicho de otro modo A MATAR DE HAMBRE
NUESTROS DESEOS PECAMINOSOS. A no ser permisivos con nosotros mismos.
Por último, así como una cobija no nos protegería de un
asesino, tampoco las costumbres religiosas podrán sostenernos a la hora de la tentación,
si allí donde nadie nos ve o donde no nos pueden acusar con el pastor. Pablo lo
sabía, por eso en el versículo 16 del capítulo 3 nos da una fórmula exitosa que
debemos de comenzar a vivir ya:
LA PALABRA DE CRISTO MORE EN ABUNDANCIA EN SUS CORAZONES.
¿De qué estamos llenando nuestra mente durante el día?
¿En verdad estamos matando de hambre nuestras debilidades o
pensamos vivir con ellas por el resto de nuestra vida?
Vamos despojándonos de la falsa religiosidad y vestiéndonos de una devoción honesta y transparente por Jesucristo. Llenémonos, Saturémonos,
Sumerjámonos en Su Palabra todos los días y tendremos el poder necesario para vencer
nuestros pecados. Recordemos que es solamente su poderosa Palabra la que convierte el
corazón y hace sabio al sencillo (Salmo 19:7).